Amistad


Observó el reflejo del sol descansar sobre la superficie del río, fundiéndose el brillo con el mecer del agua acariciada por la ténue brisa de abril. Sentada en el húmedo suelo de piedra que acariciaba con el índice, su vista inerte se clavó en el agua, con cuya tranquilidad intentaba aplacar el murmullo de su conciencia, que acosaba cada uno de sus pensamientos. Los suspiros inaudibles que escapaban de su pecho se acompasaban con el baile de las hojas que la primavera trajo consigo, y su gesto perdido tan sólo aportaba un tono más melancólico a la escena que parecía protagonizar.
Sintió una mano sobre su hombro y, sin inmutarse ni variar su posición, pues sabía quien la acompañaba, desvió la mirada al suelo y esbozó una triste sonrisa ante los atentos irises castaños que la observaban preocupados. La recién llegada cruzó las piernas y se sentó en el suelo, a su lado, tomando la inquieta mano de su amiga entre las suyas y jugando con sus dedos. Sintió la suavidad de los rizos de su amiga contra su hombro y la oyó contener algunos sollozos con esfuerzo, así que pasó el brazo alrededor de su espalda y la acarició una y otra vez hasta que los sollozos se volvieron gemidos y notó lágrimas contra su pecho.
No sabrían decir cuánto tiempo pasaron así.
“Ojalá fuéramos amigas siempre” -dijo una.
“Lo seremos” -contesó.
Pero, en el fondo, sabían que el tiempo se encargaría de desmentirlo.

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